Cuando se atiende un llamado, los humanos procuramos hacerlo con presteza y
convencimiento. Prontitud en la atención
y firmeza en la tarea a la que se nos ha convocado, han de ser las actitudes
imprescindibles para que la misión
encomendada resulte gratificante. La vocación, aquella señal que leemos en
nuestro trasegar para orientar nuestra vida en la búsqueda de un ideal, sólo es
auténtica, sino falseamos nuestro sentir, ni traicionamos los dictados
interiores de la conciencia.
Formar, instruir y orientar, son
oficios que exigen seres comprometidos y esencialmente vocacionales. Nada más lamentable que aquel ser llegado a la
docencia por tropiezos en ocupaciones fallidas o por razones de estricta
supervivencia. Instruir y formar sin vocación, sólo convertirá a los
instructores en fuentes inagotables de amargura y generará aprendices
infelices, para armar un cuadro dantesco
de minutos infernales en ambientes de
aprendizaje envueltos en llamas de tedio y bostezo.
Es por eso que hoy deseo invitarlos a que
aviven el fuego perpetuo de aquella vocación que se les iluminó en los años
escolares, y que gracias a la confabulación venturosa del destino, lograron
convertir en la actividad principal de sus vidas. Si las plantas requieren abono permanente y
continuo riego, el ejercicio docente reclama, más que ningún otro, fertilizar
la tierra que con temeraria frecuencia, amenaza con volverse desierto. Saben
ustedes que una palabra oportuna, una consejo sabio y un abrazo sincero, pueden
definir el rumbo extraviado de cualquiera de nuestros aprendices. Así mismo,
una iracundia descontrolada, una infortunada amonestación, o una evitable
descalificación, puede frustrar y obstruir un talento.
Hoy, día del instructor, debemos festejar
la lucha de quienes con abnegación, se han esforzado para aportarle al país con
la nobleza de la enseñanza y la palabra sincera del diálogo. Ustedes han
posibilitado que el florecimiento de los talentos de nuestros aprendices sean encausados por el sendero de la
civilidad y el trabajo digno. Como artífices de vocaciones, han multiplicado la
experiencia que el acervo acumulado de años de aprendizaje, textos estudiados,
pruebas realizadas y vivencias, les han permitido forjarse como faros para
jóvenes que han optado por la educación como camino de surgimiento. A ustedes,
mi admiración y gratitud, por ser instructores con vocación.
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