Por un mundo más fraterno

Una de las tradiciones más afincadas en el mundo cristiano y que concita la mayor atención en occidente, es la navidad. Este tiempo, dedicado a la exaltación de quien fue concebido para anunciar el mensaje más revelador entre los humanos, debe merecer reflexiones que escapan a los trajinados lugares comunes del consumismo y el festejo frívolo. Uno de los rasgos más distintivo del advenimiento del mesías es la humildad. El que un hombre y una mujer deambulen afanosamente en busca de un refugio implorando posada y el que la criatura visite la luz en el lugar más pobre y desprovisto que se pueda encontrar, es el más aleccionador de los hechos. Por eso antes que una suntuosa celebración, la natividad nos debe suscitar una auténtica reflexión sobre  la vaciedad del mundo contemporáneo. Hallar la felicidad cuando se está despojado de las elementales condiciones terrenas es un conmovedor  episodio que debe remover las concepciones ligeras de quienes nos empeñamos en la búsqueda de lo material como condición consustancial de la vida. Sea esta una ocasión para que en calidad de formadores  revisitemos el sendero de ese hombre que protagonizó una ruptura con su palabra renovadora y vivificante, que antes que los encumbrados altares, prefirió al pastor y aldeano, al mendigo y descarriado; que optó por sembrar la esperanza en el lugar más marginado, y que al igual que nosotros hizo del trabajo en el campo una oportunidad para construir un mundo más fraterno.

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