'Reforma a educación superior traería más competitividad': ex Ministro
Por: JAIME ARIAS RAMÍREZ ESPECIAL PARA EL TIEMPO | 12:03 a.m. | 31 de Agosto del 2011
El país requiere refuerzos, en los niveles técnico profesional y tecnológico, dice Arias.
Foto: Fotolia
Según Jaime Arias, la crisis en universidades se debe más al resultado que a fallas institucionales.
El presidente Juan Manuel Santos puede convertirse en un verdadero modernizador del país, aprovechando su popularidad, la fortaleza de la mesa de la unidad en el Congreso y su determinación de cambio. El actual momento puede convertirse en una oportunidad única para reformar a fondo la educación superior atacando los verdaderos problemas que afectan el producto del Sistema de Educación Superior, los egresados, y no al aparato, que, en general, no presenta problemas graves. Más que reparar la locomotora, es urgente reorientar y extender los rieles por los que transita; no olvidemos que, a diferencia de las demás locomotoras de la "prosperidad democrática", la educación debe ser vista como un tren de largo recorrido, cuyos frutos se verán en una o dos generaciones.
Partir de una lectura equivocada de lo que se llama "crisis" del Sistema de Educación Superior -SES- conduce inexorablemente a soluciones inadecuadas. Tanto en las instituciones educativas estatales como en las privadas se está pasando por un momento de cambios positivos en la calidad de los programas y en su expansión, gracias, en buena parte, a la aplicación de la Ley 30 de 1992 por el Ministerio de Educación y las universidades. Parecería erróneo que Colombia apuntara casi exclusivamente a la expansión cuantitativa y a la masificación de la educación superior y olvidara las fallas del sistema en otros aspectos.
La verdadera competencia entre países no es solo por mostrar quién gradúa más profesionales, sino cuál es la calidad del aprendizaje, cuántos de los que ingresan al sistema concluyen sus estudios, cuántos egresados logran obtener empleo formal, qué tanta equidad ofrece el sistema a jóvenes talentosos sin recursos económicos para adelantar sus carreras y qué competencias tienen los nuevos profesionales, tecnólogos y técnicos para desempeñarse en el futuro mundo laboral.
Todo el sistema educativo colombiano, desde el preescolar hasta la universidad, necesita urgentemente un vuelco hacia una mejor calidad, pertinencia y equidad, que garanticen buenos productos y no contingentes de jóvenes frustrados, desempleados o poco competitivos en el exigente mercado mundial y nacional.
Una alta proporción de los bachilleres llega a la universidad con grandes vacíos y falencias en ciencias, matemáticas, capacidad para comunicarse y segunda lengua, y esa situación se atribuye a la deserción, a que muchos jóvenes no tienen claridad ni orientación sobre lo que realmente desean estudiar y a un tercer factor, tal vez el más importante: una alta proporción no cuenta con recursos para el pago de matrícula y demás estipendios.
Las pruebas Pisa, que miden las competencias de jóvenes de 15 años en matemáticas, lenguaje y ciencias, nos dejan muy mal en la escala de resultados, mientras que el Estudio Internacional de Tendencias en Matemáticas y Ciencias, TIMSS, nos ubica en el lugar 31 entre 35 países.
Entre tanto, el SES ha logrado avances importantes en calidad, como son las instituciones y programas acreditados, el número de profesores de tiempo completo con posgrados, las mejoras en gestión administrativa y financiera, las inversiones en tecnología, el mayor esfuerzo en investigación y la notable expansión de la oferta de programas y de cupos, al punto que son pocos los bachilleres rechazados en el ingreso al sistema, y los que no ingresan, lo hacen más por razones económicas que por limitaciones en la oferta.
Los verdaderos problemas se refieren más al producto o resultado de la educación superior que a fallas institucionales. El SES debe reencontrar su sentido y su misión en la sociedad y en la economía del futuro; la expansión en las próximas décadas debe orientarse hacia determinados niveles y áreas de aplicación y no solo al número global de graduados; el ciclo educativo debe tener menor duración, permitir salidas y retornos en los ciclos técnico profesional, tecnológico y profesional (ciclos propedéuticos) y debe ser complementado con una mayor oferta de especialidades, maestrías de profundización o de investigación y doctorados aplicados a la investigación científica.
Debe combatirse la deserción con mejores egresados del bachillerato, apoyos "remediales" y, sobre todo, con crédito estudiantil para los jóvenes talentosos sin recursos económicos.
Los actuales docentes deben ser preparados en métodos pedagógicos efectivos y debe ampliarse la capacidad para ofrecer programas y cursos virtuales. Es necesario que las instituciones se articulen mejor con la sociedad, pero, a la vez, deben hacer un esfuerzo de internacionalización que las haga competitivas en el mundo cada vez más globalizado de la educación superior.
El presidente Santos dijo en su campaña que "lo que se requiere es un 70 por ciento de educación técnica y un 30 por ciento de educación universitaria, porque en Colombia tenemos exceso de abogados y de economistas, pero un déficit de gente para hacer trabajos técnicos".
Urge impulsar la formación en niveles que le permitan al país competir en industria, agricultura y servicios, si en verdad queremos llegar a ocupar un puesto destacado entre las economías y las sociedades del actual siglo. Esos son los verdaderos problemas del SES y el proyecto de reforma de la Ley 30 apenas ataca algunos; lo demás es simplemente actualización de la legislación existente.
Si se quiere expandir la oferta de cupos, basta con estimular a las actuales universidades estatales y privadas sin ánimo de lucro, que bien podrían aumentar su capacidad sin necesidad de recurrir a inversionistas que no son educadores, sino empresarios que buscan dónde invertir mejor sus dineros para obtener prontas y buenas utilidades.
Posiblemente, no nos iban a llegar las grandes universidades extranjeras a transferir ciencia y conocimientos como han llegado al Asia, sino mercaderes de la educación que no están dispuestos a invertir en ciencias básicas, bibliotecas, investigación y bienestar estudiantil, sino que se enfocan en programas y carreras de baja inversión y en educación virtual, la cual hace posible la masificación a bajo costo.
Y si, realmente, requerimos refuerzos, no son principalmente en las universidades, sino en los niveles técnico profesional y tecnológico, donde, con contadas excepciones, tenemos un atraso considerable; allí sería bienvenida la experiencia de Europa y Norteamérica, con sus excelentes centros de formación vocacional de carácter técnico. Afortunadamente, el Presidente anunció el retiro de los artículos relacionados con las inversiones mercantiles en la educación superior: una excelente noticia para el país.
Partir de una lectura equivocada de lo que se llama "crisis" del Sistema de Educación Superior -SES- conduce inexorablemente a soluciones inadecuadas. Tanto en las instituciones educativas estatales como en las privadas se está pasando por un momento de cambios positivos en la calidad de los programas y en su expansión, gracias, en buena parte, a la aplicación de la Ley 30 de 1992 por el Ministerio de Educación y las universidades. Parecería erróneo que Colombia apuntara casi exclusivamente a la expansión cuantitativa y a la masificación de la educación superior y olvidara las fallas del sistema en otros aspectos.
La verdadera competencia entre países no es solo por mostrar quién gradúa más profesionales, sino cuál es la calidad del aprendizaje, cuántos de los que ingresan al sistema concluyen sus estudios, cuántos egresados logran obtener empleo formal, qué tanta equidad ofrece el sistema a jóvenes talentosos sin recursos económicos para adelantar sus carreras y qué competencias tienen los nuevos profesionales, tecnólogos y técnicos para desempeñarse en el futuro mundo laboral.
Todo el sistema educativo colombiano, desde el preescolar hasta la universidad, necesita urgentemente un vuelco hacia una mejor calidad, pertinencia y equidad, que garanticen buenos productos y no contingentes de jóvenes frustrados, desempleados o poco competitivos en el exigente mercado mundial y nacional.
Una alta proporción de los bachilleres llega a la universidad con grandes vacíos y falencias en ciencias, matemáticas, capacidad para comunicarse y segunda lengua, y esa situación se atribuye a la deserción, a que muchos jóvenes no tienen claridad ni orientación sobre lo que realmente desean estudiar y a un tercer factor, tal vez el más importante: una alta proporción no cuenta con recursos para el pago de matrícula y demás estipendios.
Las pruebas Pisa, que miden las competencias de jóvenes de 15 años en matemáticas, lenguaje y ciencias, nos dejan muy mal en la escala de resultados, mientras que el Estudio Internacional de Tendencias en Matemáticas y Ciencias, TIMSS, nos ubica en el lugar 31 entre 35 países.
Entre tanto, el SES ha logrado avances importantes en calidad, como son las instituciones y programas acreditados, el número de profesores de tiempo completo con posgrados, las mejoras en gestión administrativa y financiera, las inversiones en tecnología, el mayor esfuerzo en investigación y la notable expansión de la oferta de programas y de cupos, al punto que son pocos los bachilleres rechazados en el ingreso al sistema, y los que no ingresan, lo hacen más por razones económicas que por limitaciones en la oferta.
Los verdaderos problemas se refieren más al producto o resultado de la educación superior que a fallas institucionales. El SES debe reencontrar su sentido y su misión en la sociedad y en la economía del futuro; la expansión en las próximas décadas debe orientarse hacia determinados niveles y áreas de aplicación y no solo al número global de graduados; el ciclo educativo debe tener menor duración, permitir salidas y retornos en los ciclos técnico profesional, tecnológico y profesional (ciclos propedéuticos) y debe ser complementado con una mayor oferta de especialidades, maestrías de profundización o de investigación y doctorados aplicados a la investigación científica.
Debe combatirse la deserción con mejores egresados del bachillerato, apoyos "remediales" y, sobre todo, con crédito estudiantil para los jóvenes talentosos sin recursos económicos.
Los actuales docentes deben ser preparados en métodos pedagógicos efectivos y debe ampliarse la capacidad para ofrecer programas y cursos virtuales. Es necesario que las instituciones se articulen mejor con la sociedad, pero, a la vez, deben hacer un esfuerzo de internacionalización que las haga competitivas en el mundo cada vez más globalizado de la educación superior.
El presidente Santos dijo en su campaña que "lo que se requiere es un 70 por ciento de educación técnica y un 30 por ciento de educación universitaria, porque en Colombia tenemos exceso de abogados y de economistas, pero un déficit de gente para hacer trabajos técnicos".
Urge impulsar la formación en niveles que le permitan al país competir en industria, agricultura y servicios, si en verdad queremos llegar a ocupar un puesto destacado entre las economías y las sociedades del actual siglo. Esos son los verdaderos problemas del SES y el proyecto de reforma de la Ley 30 apenas ataca algunos; lo demás es simplemente actualización de la legislación existente.
Si se quiere expandir la oferta de cupos, basta con estimular a las actuales universidades estatales y privadas sin ánimo de lucro, que bien podrían aumentar su capacidad sin necesidad de recurrir a inversionistas que no son educadores, sino empresarios que buscan dónde invertir mejor sus dineros para obtener prontas y buenas utilidades.
Posiblemente, no nos iban a llegar las grandes universidades extranjeras a transferir ciencia y conocimientos como han llegado al Asia, sino mercaderes de la educación que no están dispuestos a invertir en ciencias básicas, bibliotecas, investigación y bienestar estudiantil, sino que se enfocan en programas y carreras de baja inversión y en educación virtual, la cual hace posible la masificación a bajo costo.
Y si, realmente, requerimos refuerzos, no son principalmente en las universidades, sino en los niveles técnico profesional y tecnológico, donde, con contadas excepciones, tenemos un atraso considerable; allí sería bienvenida la experiencia de Europa y Norteamérica, con sus excelentes centros de formación vocacional de carácter técnico. Afortunadamente, el Presidente anunció el retiro de los artículos relacionados con las inversiones mercantiles en la educación superior: una excelente noticia para el país.
Jaime Arias Ramírez, ex ministro de Educación y de Salud.
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